El primer latinoamericano, el primer jesuita, el primero en reemplazar a un Papa vivo. Bajo esos tres hechos históricos, llegó al Vaticano el argentino Jorge Bergoglio, tras ser elegido para comandar la Iglesia Católica, el 13 de marzo de 2013. Decidió que lo llamaran Francisco, como el santo de Asís, el hombre de la paz y la pobreza, y esa es parte de la impronta que le dio a estos 10 años de Papado.

Su pontificado comenzó el 13 de marzo de 2013 y eligió el nombre Francisco como el santo de Asís, el hombre de la paz y la pobreza, y esa es parte de la impronta que le dio a estos 10 años de Papado. Crédito: Observatorio Romano

Desde el comienzo, acuñó una frase que aún repite con frecuencia en sus viajes o audiencias públicas: «Recen por mi». Alguna vez explicó que es porque necesita ser sostenido por la oración del pueblo.

Le tocó asumir el rol de liderazgo en un momento de grandes dificultades para la Iglesia. Las posiciones encontradas entre cardenales y las luchas puertas adentro de la Santa Sede habían quedado al descubierto unos meses antes con las filtraciones de casos de corrupción conocidas como Vatileaks. La credibilidad de los fieles estaba en debacle debido a las escandalosas denuncias de abuso sexual y, como si fuera poco, había graves sospechas de desmanejos económicos y fraude en el Banco del Vaticano.

Sobre todos esos temas avanzó, y tomó medidas. Algunas con idas y vueltas y con menos firmeza que la que reclamaban los fieles le hicieron vivir momentos de zozobra. Como cuando en una visita a Chile defendió a un obispo acusado por encubrir a un cura condenado por pedofilia. La reacción de la comunidad lo obligó a iniciar una investigación, pedir disculpas y, finalmente, expulsar al sacerdote de la Iglesia.

De respuestas cortas, pero de profundo significado, llenó de gestualidades sus palabras, para que no quedaran dudas del mensaje que se había propuesto transmitir, con la pobreza como su gran preocupación. Por eso, entre sus acciones iniciales, decidió alojarse en la Casa Santa Marta, que aunque es amplia y confortable, es mucho más austera que las lujosas instalaciones del Palacio Apostólico, donde vivieron todos los pontífices desde Pío X, a principios del siglo pasado. O las varias veces que invitó a comer a la mesa de su residencia a personas que viven en la pobreza.

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