Con motivo de la celebración del 60º aniversario de la Creación de la Diócesis de Reconquista, nuestro Obispo Diocesano, Mons. Dr. Ángel José Macín presenta una nueva Carta Pastoral, la misma fue escrita para la celebración de la creación de la Diócesis, para la reflexión y oración en nuestras comunidades en este tiempo de preparación a la Pascua, pero fundamentalmente para orientación pastoral de todo este año 2017.
Recordamos que la Diócesis de Reconquista fue creada el 11 de febrero de 1957 con la Bula Apostólica “Quandoquidem Adoranda” por el Papa Pío XII.
Invitamos a toda la comunidad Diocesana a acercarse a sus parroquias y/o capillas para agradecer estos 60 años de breve pero importante historia de nuestra Iglesia particular y para pedir por los frutos del trabajo de todos nuestros Sacerdotes, Religiosos, Consagrados, Agentes Pastorales y laicos que día a día hacen su aporte a toda la comunidad.
Carta Pastoral del Obispo Angel José Macín
COSAS NUEVAS Y COSAS VIEJAS (cf. Mt 13,52) Carta Pastoral con motivo de los 60 años de la creación de la Diócesis de Reconquista Hoy celebramos los sesenta años de creación de la Diócesis de Reconquista, la cual fue erigida por el Papa Pio XII, mediante la bula Quandoquidem Adoranda, del 11 de Febrero de 1957. Un motivo más que suficiente para detenernos un momento y agradecer el camino recorrido, en tanto que miramos con esperanza y responsabilidad los tiempos que siguen. Desde ya, invito a todos a que este ejercicio se prolongue durante todo este año.Convencionalmente, los sesenta años no son para grandes festejos. Sin embargo, no podemos dejar pasar este aniversario, para repasar algunas cosas, fortalecer otras y soñar con cosas nuevas. Seguramente, algunas actividades y eventos van a ir acompañando este proceso que estamos llamados a realizar. Como punto de partida, considero que un texto iluminador para esta celebración puede ser el pasaje de Mt 13,51-52, que se encuentra al final del discurso parabólico del primer evangelio. Allí, se describe al sabio como aquel que sabe combinar adecuadamente las cosas viejas y las cosas nuevas, la historia y el presente, lo vivido y el futuro. La sabiduría del Pueblo de Dios también se cristaliza y se concreta de esa forma. Pienso que un ejercicio de esta naturaleza nos puede resultar muy saludable. Mirar el pasado con gratitud, discernir el presente con responsabilidad y comprometernos generosamente para vivir un mañana más pleno. 1.Mirada agradecida Ante todo, invito a todos y a cada uno, a cultivar una mirada agradecida por estos sesenta años de historia, que hunden sus raíces en etapas anteriores. Dios quiso esta Iglesia Particular, esta comunidad apostólica, para hacer presente su Reino en el norte de nuestra provincia de Santa Fe, Argentina. Agradecemos por la vida y el ministerio de Mons. Juan José Iriarte, nuestro primer obispo. Por su entrega y su mirada profética. Por su compromiso con la renovación de la Iglesia, en tiempos del Concilio Vaticano II. Agradecemos también por los sacerdotes que lo acompañaron en los primeros pasos. Aquellos que, poco a poco, se fueron transformando en pilares de nuestra Iglesia Diocesana. Algunos están todavía con nosotros. Otros han partido a la casa del Padre. Agradecemos por los obispos que vinieron después, quienes con convicción y entrega sincera, y cada uno con su estilo propio, fueron sumando a la identidad de nuestra comunidad diocesana y a la obra evangelizadora.
Agradecemos a Dios por la vida religiosa y consagrada, tanto masculina como femenina, presente desde el principio con una actitud de apertura y un claro testimonio de entrega. Muchos han pasado brevemente por aquí. Otros han permanecido durante años, mimetizándose con el paisaje y con el estilo diocesano. Son parte de nuestras raíces, y también de nuestros frutos. Agradecemos por los laicos que han descubierto, de la mano de Mons. Iriarte e iluminados por el Espíritu, su protagonismo decisivo en la edificación de la Iglesia y su compromiso en la vida social de nuestro norte santafecino. Recordar a aquellos más conocidos, a aquellos de desempeño más silencioso. No me quiero olvidar de quienes arriesgaron, o dieron su vida por vivir una fe comprometida y transformadora de la realidad social, en una etapa difícil para la historia de nuestra patria. Sesenta años no es mucho tiempo. Pero hay tantas cosas por nombrar y tener en cuenta. Por eso, y sin querer olvidar ninguno de los dones de Dios, agradecemos también el presente, por quienes hoy caminamos y tratamos de sostener la obra comenzada, con la confianza puesta en el Señor, quien es el iniciador y consumador de nuestra fe (cf. Heb 12,12). Agradecer por el don del Diaconado Permanente, recientemente instaurado, por el Tribunal de Primera Instancia, por el acompañamiento de las familias en situaciones especiales, por la Catequesis Familiar renovada, por las escuelas pertenecientes a la Red “Nuestra Señora de Itatí”, por los esfuerzos de la Pastoral Vocacional en vistas a generar una cultura vocacional. En fin, por los movimientos, asociaciones, organismos y comisiones. Por nuestros sacerdotes y seminaristas, por tantos bautizados, comprometidos en el servicio y en la misión. Por la experiencia y el trabajo ecuménico. 2.Necesitados de purificación Así como es imprescindible asumir una actitud inicialmente agradecida, por todo el camino recorrido, por la obra de Dios y el trabajo de muchos, también necesitamos pedir perdón. No es fácil hacerlo, sea personalmente, sea como comunidad. Pero tenemos que intentarlo, durante este año y también una y otra vez, en tiempos sucesivos. El perdón purifica y abre a la acción de la gracia. Quisiera que este año fuera un tiempo de reconocimiento de la misericordia y la gracia divinas, pero también un tiempo propicio para que vayamos madurando un pedido de perdón que nos incluya y que brote de lo más profundo de nuestros corazones. Solo en una Iglesia purificada y renovada por el perdón, brilla el esplendor de la presencia del resucitado. Como hijo de esta Iglesia, y hoy como Pastor de la misma, quiero pedir perdón porque muchas veces hemos presumido de nuestra fuerza y de los dones que Dios nos fue regalando. Pido perdón porque, en algunas etapas de nuestra historia, el orgullo y cierta autosuficiencia fueron superiores a nuestra entrega. También porque ese mismo orgullo fue cegando nuestra
mirada y minando nuestra voluntad, no permitiéndonos transformar más hondamente algunas cosas. Un ejemplo es nuestro contexto cultural, que atraviesa nuestra realidad eclesial. Todavía se mantiene en nuestras comunidades una más o menos velada discriminación por motivos de raza, u otras razones similares. Otro ejemplo es la insuficiencia de nuestro compromiso en el ámbito social.Muchas veces hemos fallado en la vivencia de la comunión. Por distintos motivos, nos hemos dejado ganar por la división y los intereses grupales, quitando así fuerza a la misión. No nos conocemos lo suficiente, no nos valoramos en la diversidad de dones y carismas, y no pocas veces caemos en la tentación de un falso mesianismo, que nos conduce a un aislamiento y a una falta de apertura a los demás, y a una dolorosa esterilidad en nuestra tarea. No siempre nuestra Iglesia Diocesana fue una Iglesia de y para los pobres. Y me pregunto si hoy lo es. No porque queda bien plantearlo, o por seguir alguna algún tipo de ideología; sino porque a “ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (cf. Mt 5,3), porque es una opción señalada por el mismo Jesús. Si perdemos de vista a los más pobres, en sus diversas realidades y expresiones, perdemos el rumbo señalado por el Maestro. Perdemos la brújula y el entusiasmo para la misión.También tenemos que pedir perdón por el escándalo de la doble vida, del fariseísmo, que aleja a mucha gente de nuestras comunidades, e incluso de la fe en Dios. Manifestar claramente nuestra fe, pero vivir con otros valores y principios, pervirtiendo la esencia del Evangelio. Y en esto somos todos responsables. No podemos mirar para otro lado. Sería muy honesto y saludable que cada uno pueda mirarse a sí mismo, reconociendo su realidad y asumiendo la parte que le corresponde. Próximos a la cuaresma, le pedimos a Dios purifique nuestra mirada, nuestros corazones, y nuestra vida común. Solo así Dios podrá seguir haciendo su obra en nosotros. 3.Discernimiento y conversión Mirando el presente, se hace patente que necesitamos crecer en el discernimiento, para distinguir entre lo nuevo y lo viejo, entre lo que sirve y lo que ya no sirve. Todos sabemos que, en términos generales, y a pesar de nuestras debilidades y pecados, tenemos una linda Diócesis. Pero no podemos vivir de rentas, poniendo a plazo fijo algunas iniciativas de otros tiempos, esperando obtener magros intereses. Como ya lo anticipa la parábola de los talentos, la clave está en arriesgar (cf. Mt 25,14-30).Es tiempo de mirar más profundo. Es tiempo de mirar más lejos. Y de descubrir juntos lo que tenemos que sostener y reforzar, lo que necesitamos cambiar y lo que necesitamos crear. Hoy la realidad no es la misma que hace sesenta años atrás. Algo
elemental. Por lo tanto, no podemos seguir con algunas estructuras que ya no responden a los desafíos del presente. No nos olvidemos que para dar frutos se necesita pasar por la experiencia de despojo. Plenamente vigente siguen las recomendaciones del texto final de Aparecida, invitándonos a la conversión pastoral, y retomadas luego por el Santo Padre: “la reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida” (EG 27).Es aquí donde tenemos que consultar y escuchar a nuestros mayores, pero también a los más jóvenes. Ellos traen consigo las nuevas realidades del mundo, incorporadas en su vida. Ellos tienen el “chip” de última generación, y por lo tanto, nos tienen que ayudar a traducir el evangelio a la cultura de hoy.Queridos jóvenes: este tiempo estará dedicado especialmente a ustedes. Porque son una de nuestras prioridades diocesanas. Porque este año viviremos el segundo Encuentro Nacional de Jóvenes en Rosario, en el mes de Octubre. Porque ya se ha comenzado a trabajar la cuestión de los jóvenes, el discernimiento y la vocación, preparando la próxima Asamblea Sinodal. Todo esto es indicativo. La realidad es que sin ustedes, es muy difícil soñar con una Iglesia renovada, cuyo mensaje no pierda relevancia frente a los nuevos desafíos culturales que nos rodean. La Iglesia de Reconquista los necesita y los convoca a ser protagonistas de los tiempos nuevos de misión y anuncio del Evangelio. La Iglesia Diocesana necesita de su valentía, de su coraje, de sus ideas nuevas, de su nueva sensibilidad, para poder continuar anunciando con alegría el único Evangelio de Jesucristo (cf. EG 9-13). 4.Compromiso Al discernimiento sigue la acción. Y hoy asistimos a un alto déficit en este punto. Una de las cosas que más cuesta en los tiempos que corren es el compromiso. Nos venimos acostumbrando a la comodidad, a la búsqueda de logros con el menor sacrificio posible, al abandono del trabajo voluntario, generoso y desinteresado. Si realmente amamos a nuestra diócesis, a nuestra Iglesia, como la amó el mismo Cristo, tenemos que estar dispuestos a dar de nuestro tiempo, de los dones recibidos, para la construcción de la misma. Al tiempo que valoro la entrega sincera y generosa de muchos, tengo que decir que me preocupa la falta de catequistas, la carencia de gente disponible para trabajar en la liturgia, lo difícil que resulta encontrar y formar agentes pastorales para Cáritas y, sobre todo, gente disponible para la Pastoral Social, y otras acciones pastorales de frontera.
Entiendo que esta situación no es de fácil diagnóstico, y que no vamos a cambiar la tendencia de un día para otro. Pero tenemos que movilizarnos frente a esta preocupante retirada del ámbito público y eclesial de mucha gente. No se trata de descuidar la familia, de dejar los compromisos principales que uno pueda tener por trabajo, cuestiones familiares, no se trata de descuidar la propia salud o de renunciar al legítimo descanso. Sin embargo, sigue siendo válida todavía hoy la Palabra del Señor, cuando dice: “el que ama a su padre y a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo a o su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,27-28). Palabra contracorriente si la hay, pero Palabra del Señor al fin. Sin renuncia y sacrificio, no hay vida nueva, no hay Iglesia Diocesana renovada, no hay anuncio gozoso del Evangelio.5.Cosas nuevas y cosas viejas Mis queridos hermanos: es patente que estamos transitando tiempos complejos, difíciles, como Iglesia, y como Diócesis. Pero estoy convencido de que serán momentos muy fecundos, si los sabemos interpretar, asumir y ofrecer al Señor con alegría, si dejamos actuar al Espíritu Santo que anima nuestro caminar desde los mismos comienzos. Con un lenguaje simbólico, y aludiendo tanto a la Iglesia como a la figura de María, en una correlación magnífica, el libro del Apocalipsis señala: “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más. Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que descendía del Cielo y venía deDios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y una voz potente que decía del trono: Esa es la morada de Dios para los hombres; el hablará con ellos. Ellos serán su pueblo y el mismo Dios estará con ellos. El secará sus lágrimas y no habrá más muerte, ni pena ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó…Y el que estaba sentado en el trono dijo: Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,1-5). A María Santísima, Nuestra Señora de Lourdes, a quien hoy recordamos en la liturgia, y a San José y a San Juan Evangelista, patronos de nuestra Iglesia Particular, confiamos esta nueva etapa de nuestro camino y pedimos el don de la esperanza. Sede Episcopal de Reconquista, 11 de Febrero de 2017, conmemoración de Nuestra Señora de Lourdes.
+ Mons. Ángel José Macín Obispo de Reconquista