Introducción y propuesta:
Con esta aclamación, el Papa Francisco saludaba a todos los jóvenes en la Exhortación Post-Sinodal “Cristus Vivit” (ChV 1) a comienzos del año 2019. La vida es sinónimo de juventud, sobre todo cuando es vista y asumida desde Cristo, quien está vivo y presente entre nosotros.}
En la actualidad, estamos recorriendo un camino sinodal para aprender a caminar juntos, en comunión, para escuchar, discernir y actuar como comunidad eclesial, en la cual todos tenemos una común dignidad por el bautismo. En este marco, y sabiendo que la comunión y el caminar juntos no suprime los carismas, los ministerios, ni tampoco las diferentes etapas de la vida, es que quiero poner de relieve, con más énfasis e insistencia, la vida y el caminar de “los jóvenes, especialmente aquellos que están buscando un sentido para sus vidas” (cf. Segunda Prioridad Diocesana).
Ellos pueden llenar de esperanza y de alegría nuestras comunidades, asumiendo un compromiso de renovar las estructuras y el impulso misionero, para llegar a cada rincón de la realidad de este momento histórico.
Por tal motivo, y para que el camino sinodal tenga un tono juvenil y lleno de vitalidad, convoco a un “Año Diocesano de la Juventud”, que comenzaría con la Acampada Diocesana de Jóvenes, que se realiza desde hace muchos años en Malabrigo, en el mes de febrero, y concluiría con una Mega Misión Juvenil, en torno a la solemnidad de Cristo Rey de 2023.
La animación de esta iniciativa, evidentemente, recae sobre los Equipos que se desempeñan en el mundo juvenil: Pastoral de Juventud, Pastoral Vocacional y Pastoral Misionera. También Catequistas de Confirmación y Animadores Juveniles de los movimientos. Pero les suplico que los demás no nos hagamos los distraídos. Muchos recordamos la fuerza que tuvo, en nuestra patria, el lema “Toda la Iglesia evangeliza a la juventud”, en torno al año 1985. Por lo tanto, todos estamos implicados. Hoy la Iglesia de Reconquista está llamada, de un modo especial, a poner su mirada, a escuchar y, sobre todo, a amar a los jóvenes, nuestros jóvenes.
Antes de compartir algunas reflexiones sobre el tema que puedan resultar inspiradoras, los exhorto a la creatividad, a la apertura a quienes nos pueden ayudar a conocer mejor la realidad juvenil y al compromiso. En estas cosas no basta con buena voluntad. Se necesita poner lo mejor de nuestra parte, para que Dios pueda realizar su obra.
Reflexiones en torno a la fe y el protagonismo de los jóvenes:
1.El sentido de la vida
Cuando nos acercamos al mundo juvenil, inmediatamente percibimos el florecimiento de la vida. Para un joven, la vida es promesa. No es que en otras etapas de la misma no suceda eso. Sin embargo, el mundo juvenil siempre tiene un tono de fiesta y de alegría especiales.
La búsqueda de un sentido para la vida, para su futuro, está inscrita en al corazón del joven. Esa búsqueda encuentra, frecuentemente, una orientación positiva. Días atrás, un matrimonio me contaba de la emoción que sintieron cuando una de sus hijas, partía junto un grupo de jóvenes, a un retiro de cuatro días. Sus palabras fueron: “no todo está perdido…”.
Pero otras veces, y por diversas circunstancias, por ejemplo, la falta de testimonio de los adultos, los intereses comerciales concentrados en esta franja etaria, el avance de negocios turbios como el narcotráfico, la sofocante tecnología que frecuentemente confunde, esta búsqueda se encuentra con propuestas que conducen al vaciamiento de los sueños juveniles, a un éxtasis evasivo, vano, y a una implosión de la vida. Un camino que, en última instancia, conduce a la muerte.
Lo primero que tenemos que intentar, en este año dedicado a los jóvenes, es escuchar en serio su pensamiento y sus sentimientos, conocer sus búsquedas, respetar sus tiempos, atender a sus reclamos y a sus miedos. Un escuchar que incluye el mirar, observar, acompañar, aceptar.
2. Transformación cultural
Si es cierto que vivimos en una etapa de vertiginosos cambios en la cultura, la cosmovisión y el modo de abordar la comprensión de nuestra existencia, esto impacta especialmente en los jóvenes.
Existen aspectos valiosos en este cambio que estamos viviendo. Hoy, sobre todo en los jóvenes, encontramos mayor autenticidad y sinceridad, apertura honesta y respetuosa a la diversidad, sensibilidad en todo lo que se refiere al cuidado de la casa común que habitamos, por señalar algunas cosas. Es un tiempo en que la vida fluye y todo se hace más versátil, con las posibilidades que eso crea.
También aparecen aspectos preocupantes, como la distorsión de las franjas etarias y la confusión de las fronteras. Dicho de otro modo, percibimos la resistencia de los adultos a aceptar su nueva condición y a competir con los jóvenes, obstaculizando su camino hacia compromisos más firmes y definitivos. Bloqueada por los adultos que pretenden una eterna juventud, muchos jóvenes terminan resolviendo sus búsquedas en metas acotadas e insignificantes (cf. A. Matteo, Los Jóvenes Hoy, Cuadernos Pastores 71, 60-66), La otra cara de la moneda es la comodidad de muchos jóvenes, que se instalan en una etapa de eterna adolescencia, sin aceptar el tránsito hacia decisiones definitivas.
Un aspecto no menos serio de la realidad juvenil se vincula a la falta de oportunidades que experimentan los jóvenes. Muchos estudian, pero luego la sociedad no les da cabida para desarrollar sus aprendizajes y aportes. Concretamente, en nuestro país, es muy triste constatar la permanente sangría de jóvenes que se van a otros lugares en pos de un futuro mejor. Otros, la gran mayoría, ni siquiera tienen oportunidad de estudiar o recorrer el trayecto formativo técnico para un oficio determinado, debiendo conformarse con actividades que no son las que soñaron. No faltan grupos numerosos que, sin conseguir una mínima ocupación, hacen del ocio su estado de vida, con las consecuencias que esto implica para sus vidas. El fenómeno de las adicciones, que ha crecido exponencialmente en toda la sociedad, y que afecta en particular a los jóvenes, es una de las consecuencias dolorosas de estos problemas.
Es evidente que vivimos en un tiempo de crisis, especialmente en el plano cultural; la misma también se manifiesta en la política, la economía, la organización social. ¡Lamentablemente, no se le puede pedir a un joven que tenga entusiasmo por la vida, frente a este panorama! Una reacción puede ser el pesimismo y la inacción. Otra, la propuesta cristiana, es asumir e interpretar la crisis como una oportunidad, como una gran oportunidad.
3. Encuentro con Jesucristo
En este contexto, un tanto sombrío, pero también con posibilidades concretas de cambio, el objetivo principal de este Año Diocesano dedicado a los jóvenes es facilitar su encuentro con la persona de Jesucristo, fuente de vida y esperanza. Con Jesucristo joven. Como dice el Santo Padre, “Jesús fue joven. Dio su vida en una etapa que hoy se define como la de un adulto joven” (ChV 23). Y un poco más adelante: “En Jesús, todos los jóvenes pueden reconocerse” (ChV 31). Sin olvidar las palabras de Benedicto XVI, al inicio de su pontificado: “No tengan miedo de Cristo, que Él lo da todo y no nos quita nada” (Benedicto XVI, 24 de Abril de 2005).
La fe cristiana lejos está de ser una propuesta teórica, una opción más frente a una realidad hostil, una moda a seguir o una ideología para militar. La fe cristiana es el encuentro con Cristo Resucitado, vivo y presente entre nosotros. Él es el iniciador y consumador de nuestra fe (cf. Heb 12,2). Por eso, la mirada de todos, y en especial de los jóvenes tiene que mantenerse fija en Él.
Los evangelios nos dan cuenta de diferentes encuentros de Jesús con jóvenes de su tiempo. Podemos recordar la escena de Mc 5,21-43, donde el Señor ordena a una joven recuperar la vitalidad: “…Yo te lo ordeno, levántate!”. El narrador observa que la joven enseguida adquirió una fuerza nueva y comenzó a movilizarse, echó a andar. Otra escena significativa es la vuelta a la vida del joven hijo de una viuda en Naím, que nos remite a la preocupación del Nazareno por devolver su aliento vital al muchacho y el consuelo y la seguridad a su madre (cf. Lc 7,11-17). Se deja entrever en esta descripción el valor de la necesidad mutua que existe entre los adultos y los jóvenes.
Con tristeza, el evangelio de Mateo también nos recuerda la negativa de un joven frente a una propuesta audaz de Jesús de dejarlo todo y seguirlo (cf. Mt 19,16-30). La conclusión de este pasaje es que el joven se retira triste, por no contar con la valentía para seguir al Maestro.
4. Encontrar a los jóvenes en su ambiente
Habiendo destacado la centralidad de Jesús en este Año Diocesano dedicado a los Jóvenes, el desafío y la misión de la Iglesia es llevar a Jesús a los diferentes ambientes donde se encuentran los jóvenes, para que allí pueda darse esa experiencia única que cambia para siempre el trayecto de una vida.
Cuando me refiero a anunciar a Jesús en cada ambiente, estoy invitando a la Iglesia Diocesana, en sus parroquias, movimientos y asociaciones a generar espacios en diferentes sectores del quehacer juvenil, para que desde esa realidad los jóvenes puedan descubrir el valor de la presencia de Cristo.
Concretamente, esta propuesta no piensa solo en los jóvenes que ya están en las parroquias, participando de algún grupo o haciendo la catequesis de confirmación. Cierto que para ellos tenemos que pensar en algo especial. Ya damos por descontado su protagonismo.
Pero el alcance de esta convocatoria es más amplia. Hoy hay tantos jóvenes que pertenecen al mundo del deporte, de la educación. Jóvenes sensibles a la cuestión ecológica. Jóvenes universitarios que procuran un diálogo entre la fe que recibieron y los contenidos científicos que les propone el mundo académico. Jóvenes interesados en el bien común, en la política y otras realidades afines. Jóvenes que se sienten cómodos en el mundo del arte y de la cultura. Es allí donde tenemos que encontrar a los jóvenes. Es allí donde Jesús quiere encontrarlos, no para sacarlos de esa realidad, sino para renovar su mirada y su esperanza.
También el Año Diocesano de los Jóvenes tiene que considerar la realidad de aquellos jóvenes que sufren, que han perdido el sentido de sus vidas, que buscan en alternativas espurias una evasión a una realidad que no pueden resolver. No menos importante es estar cerca de los jóvenes que carecen de las oportunidades necesarias para desplegar sus sueños y sus proyectos. No podría olvidar la difícil situación de muchos jóvenes enfermos, física o psíquicamente. La opción de Jesús, la opción por los más pobres, debiera iluminar y proyectarse sobre la realidad juvenil, que en estos tiempos padece especialmente por diversos motivos.
5. Protagonismo juvenil
En esta atención especial a los jóvenes con rostros concretos, los primeros protagonistas de la escucha y la interpretación de la realidad tienen que ser ellos mismos. Frecuentemente se encuentra chicos y chicas que están hartos que los demás proyecten su vida personal, laboral, sentimental, eclesial, sin su participación ni su decisión. Tendremos que evitar esa tentación de vivir y decidir por ellos. Los protagonistas del “Año de los Jóvenes” tienen que ser los mismos jóvenes.
La sinodalidad relacionada al mundo juvenil necesariamente debe incluir este protagonismo de los jóvenes. Incluso, más allá de las decisiones que los afectan a ellos mismos. También es preciso “escuchar a los jóvenes” para discernir el rumbo a seguir, sobre todo en momentos complejos, según ya lo anticipaba San Benito, afirmando que “con frecuencia, Dios revela lo mejor al más joven” (Regla de San Benito III, 3). Más todavía en tiempos de cambio.
No es casualidad que la irrupción de la sinodalidad como un estilo siempre vigente de ser Iglesia haya sucedido con el Sinodo para los Jóvenes. Señala Francisco al respecto: “La Pastoral Juvenil sólo puede ser sinodal, es decir, conformando un caminar juntos que implica la valoración de los carismas que el Espíritu concede según la vocación y el rol de cada uno de los miembros de la Iglesia” (ChV 206). Protagonismo juvenil es la concreción de la sinodalidad en el mundo juvenil, que a su vez ilumina el caminar de toda la Iglesia.
En otras palabras, son los mismos jóvenes los que tienen que llevar adelante un proceso de escucha y diálogo entre ellos y con otros jóvenes, para que de esta manera sus propuestas realmente puedan ser incluidas en la vida de la Iglesia y en la Pastoral Orgánica Diocesana. Son los mismos jóvenes que ya han vivido la experiencia fundante de encuentro con Jesucristo, y que conocen los códigos que se manejan en ámbitos juveniles, quienes pueden contagiar a otros jóvenes de esa experiencia. Entonces, la frescura de la vida joven podrá renovar desde sus raíces nuestro caminar como Pueblo de Dios.
6. Juventud, vocación y misión
Un párrafo especial quisiera dedicar a esta fórmula, que de un modo notable se realiza en la juventud, y que ha estado presente en los trabajos preparatorios para el Sínodo de la Juventud y en la Exhortación Postsinodal del Papa Francisco (ChV 248-299).
La vocación es algo que implica toda la vida, pero tiene un marcado acento matutino (cf. A. Cencini, Luz en mi Camino). El Señor, en su infinito amor, tiene un proyecto para cada uno, y deja huellas del mismo desde los comienzos de nuestra existencia.
El tiempo de la juventud es el período por excelencia del discernimiento vocacional, es decir, del proyecto de amor que Dios tiene para cada uno. Y la respuesta inicial, a pesar de la debilidad que a todos nos acecha, puede darse en una edad temprana. La pérdida del sentido de la fidelidad como gracia, la cultura descartable en la que nos encontramos y tantas otras cosas nos hacen perder de vista esta dimensión. Dios llama, Dios elige y no se desdice de sus palabras, aunque en su infinita misericordia, nos ofrezca nuevas oportunidades.
A la elección le sigue la misión. Esto se relaciona con el protagonismo juvenil al que he aludido. Quien vive un encuentro con Jesús que cambia su existencia, se transforma inmediatamente en misionero, es decir, en testigo de aquello que ha visto y oído (cf. 1 Jn 1,3; Hech 4,20). Cuando los jóvenes son alcanzados por Jesús, se transforman inmediatamente en actores audaces de la misión de la Iglesia.
7. Figuras ejemplares
Para comenzar a concluir esta Carta Pastoral, que quiere ser estímulo para este tiempo especial que los invito a recorrer, no quisiera dejar de mencionar la “nube de testigos jóvenes” que nos acompaña en nuestro peregrinar (cf. Heb 12,1), y que pueden constituirse en modelos e intercesores para muchos jóvenes.
Sería imposible recordar tantos testimonios que brillan en la historia de la Iglesia. Recuerdo a Santa Teresita del Niño Jesús, una joven humilde y consciente de su pequeñez que ha transformado la visión de la misión en la Iglesia. Santo Domingo Savio es otro modelo juvenil inspirador, que nos muestra la docilidad al llamado del Señor y la fortaleza en el dolor.
Más recientemente podemos mencionar a Ceferino Namuncurá, una figura que nos lleva a valorar y prestar atención a los jóvenes de los pueblos originarios, respetando su cultura y reivindicando sus derechos, o Laura Vicuña, una figura luminosa de nuestra región, que nos puede enseñar sobre la superación entre discriminaciones raciales o de otro tipo. No podríamos obviar al beato Carlos Acutis, un testigo muy reciente de cómo es posible vivir con normalidad la santidad en nuestro tiempo, patrono del mundo digital. Y podríamos continuar con la lista. Hoy tenemos una constelación de jóvenes reconocidos recientemente por sus virtudes heroicas.
No conviene descuidar, en esta búsqueda de modelos, a los santos y santas cuya vida concluyó en la edad adulta o en la ancianidad, pero que experimentaron la experiencia de la fe en tiempos de su juventud. Pienso en San Francisco de Asís, en Santa Rosa de Lima y en tantos otros que concretaron en el tiempo, aquello que intuyeron en sus años juveniles.
8. María, una joven especial
En esta línea, no podríamos olvidar la figura de María, la joven de Nazareth, que a temprana edad se ha transformado en expresión de la mejor respuesta al llamado de Dios, y gracias a ella hoy podemos gozar de los bienes de la salvación, de la vida en plenitud. María no solamente está cerca de los jóvenes, como se manifiesta, por ejemplo, en la peregrinación a Itatí. María es modelo de una mujer humilde, sencilla y confiada, que descubre a los jóvenes el más genuino valor de la vida.
Desde muy jovencita fue agraciada, atenta a la escucha de la Palabra, sincera en su discernimiento, perseverante en su vocación y fiel hasta el final. Su itinerario de vida marca el rumbo a seguir a tantos chicos y chicas que buscan la voluntad del Señor para sus vidas.
Ella, como peregrina de la historia, siempre está y estará cerca de los jóvenes, para ayudarlos a encontrar su camino y seguir con audacia al Señor.
Sede Episcopal de Reconquista, Domingo 20 de noviembre de 2022, Solemnidad de Cristo Rey.
+ Mons. Ángel José Macín
Obispo de Reconquista