La mítica fiesta popular que congrega a miles personas de todo el país en La Rioja en su mejor versión litoraleña.
Un amigo me escribe invitándome a una fiesta, me dice: “vamos a la chaya que festeja un conocido mío en el patio de su casa”. Yo apenas tenía conocimiento de que “la chaya” era un ritmo folclórico y que era originario de la provincia de La Rioja. Preparamos el mate, aunque me aclara que sería conveniente, también, llevar la conservadora con alguna que otra bebida espirituosa. Lo hicimos. Cuando llegamos nos recibieron con agua, harina y albahaca al grito de: “¡Feliz chaya!”. No entendí demasiado, esto no era solo una fiesta, era algo más, pero todavía tenía que descubrirlo.
Eran las tres y media de la tarde, había gente por todos lados y seguían llegando, bailaban y cantaban bajo un sol que caía con toda su bravura. También, en uno de los lados, a la sombra de una “lluvia de oro”, planta que explota de flores amarillas en febrero, familias enteras y grupos de amigos y amigas se veían felices en sus sillones o sentados en el suelo.
Cualquiera podría, en ese rincón de ciudad mirar al patio, entrecerrar los ojos y ver pequeñas montañas nevadas moviéndose al ritmo de la música. En el escenario, ubicado hacia el fondo y centro del lugar, grupos musicales e interpretes intercambiaban constantemente, regalando así sus virtudes a la concurrencia. Empecé a sentirme cómodo y a mezclarme en la muchedumbre, podía notar un espíritu receptivo, abierto, que sólo invitaba a entrar.
Hace más de 10 años un grupo de amigos festejó por primera vez una chaya riojana, de patio, en el norte santafesino. Entre harina y albahaca, el sapucay se volvió un solo m’boyeré con el grito chayero. Comenzaba entonces una nueva fiesta popular en la región y hoy, después de una década, febrero es esperado con ansias por muchos reconquistenses y habitantes de la zona.
En los parlantes sonó la voz de Sebastián Molina, “El Chaya”, como ya se lo conoce entre los amigos desde hace tiempo. Anuncia la ofrenda a la pachamama, a la madre tierra y veo, automáticamente, cómo de a poco se arriman a él, cual chamán que guía el ritual agrario de la tribu. En un pocito hecho a pala, van a parar puñados de harina y albahaca, un vaso de vino y hasta un cigarrito encendido que, tal vez, sea el último que toque esa boca. Suenan las cajas, esos pequeños tambores que cuelgan de una mano, vibrando con las coplas a viva voz.
La ofrenda a la pacha es el primero de varios rituales que inician los festejos en el patio, es el momento donde se agradece a la naturaleza por todo lo que da, donde se le pide perdón por tanta agresión, sobre todo en estos tiempos donde muchos ecosistemas, en distintos lugares de mundo, parecen ya irreparables.
Queda cada vez menos espacio en el lugar, la gente sigue llegando, hay harina en los cuerpos mojados y ramitos de albahaca en las orejas que se empiezan a marchitar de tanto ajetreo festivo. Hay abrazos, hay encuentros, hay gente que baila por primera vez frente a desconocidos y no les importa, nada importa. La felicidad pareciera ir encontrando dónde quedarse. Fluye el mate, las tortas fritas y tortas asadas en un pasamanos que va y viene desde la cantina apostada en la galería de la casa.
Desde el escenario se oyen ritmos chayeros en plena mixtura con el sapucay: se canta y se baila mientras el césped va pelándose en los pies de los bailarines.
Se llama al izamiento de banderas y toque de tambores. El segundo de los rituales ya esta en marcha, prácticamente todos y todas se juntan al pie del mástil. Se puede ver la wiphala, en representación de la multiculturalidad latinoamericana y la bandera oficial de la chaya, creación del cantautor y referente riojano Pancho Cabral. Esta última, la más representativa del evento, cuenta con el color de la albahaca, el ocre de la vaina de la algarroba (ya que antiguamente era la harina que producían los Diaguitas, el pueblo originario que oficiaba en cada febrero el agradecimiento a la madre tierra por las cosechas recibidas) y el blanco de la harina de trigo que, en la historia, llegaría tiempo después. En el medio de ésta, se puede advertir una caja chayera con sus respectivos palillos en cruz, representando los puntos cardinales. Finalmente, a los lados de la caja dos ramos de albahaca custodiando las coplas.
Suben, se alza el canto, y el golpe de los tambores, cajas y recipientes que se tienen a mano resuenan en el aire en un “triunfo que ondula en el viento”, como reza el significado del colorido emblema de origen incaico.
El sol ya no golpea tan fuerte, desde el comienzo se puede notar un recambio de gente aunque no merma, febrero es más febrero que nunca, ya no será un mes más en el año. El Chaya nos llama al topamiento, pero primero nos revela quiénes serán la cuma y el cumpa de este año, algo así como la reina y el rey de la fiesta, quienes al ser coronados por la dueña de casa con una suerte de collar u ornamento fabricado por ella, serán los encargados de dirigir el anteúltimo de los rituales del patio chayero. El topamiento, nos indica, es el momento donde los hombres se colocan de un lado y las mujeres del otro, bajo un arco adornado con gallardetes, y donde al compás de “El carnaval de la rioja”, la canción más conocida de la fiesta, se realizará el topamiendo, el encuentro de los dos grupos en el centro, en tres oportunidades, tirando harina al cielo.
Es en ese momento donde los changos y las chinitas se chayan con todas las ganas, se desean buena fortuna en el año que comienza. Una nube blanca cubre el cielo bajo del patio, alguien con una manguera rocía con agua a todos en la calle, hay risas y vuelven los abrazos, los brindis y las evocaciones casuales de las emociones.
Las sombras se alargan sobre el blanco de las cabezas y se renueva el fuego en el sector de parrillas. Asoman en las manos latas de cerveza y vasos de vino, se va apagando el oro del día y las gargantas comienzan a regarse con el alcohol de los amigos. Se venden los primeros choripanes, hamburguesas, empanadas y choclos hervidos. El buche pide y la claridad del día se entra a despedir. Hay olor a humo, el cielo se pinta con su gris.
Los músicos siguen rotando y la danza continua regalando coreografías improvisadas. A esta altura, ya caída la noche solo queda el último de los rituales: la quema del Pujllay. Éste, cuenta la leyenda, que era un joven pícaro y mujeriego del cual una bella jovencita de la tribu, la Chaya, estaba perdidamente enamorada. De esta manera, al no ser correspondida por el joven, se fue a los cerros a llorar sus penas y nunca más se supo de ella. Desde entonces, se dice que vuelve cada febrero en forma de lluvia. El pujllay, al sentirse culpable de la desaparición de la joven, inició una búsqueda de la cual no tendría buenos resultados. Tras buscarla en los cerros y montes, una y otra vez, como también en medio de los festejos por las buenas cosechas, donde era recibido con muecas de burla por la algarabía del momento, se daría por vencido. Al sentirse derrotado, se dice que ahogó sus penas y su perdida fama de Don Juan en alcohol, y que estando muy ebrio murió quemado al caer en un fogón.
Entonces, cada febrero, en el mismo espacio donde se realiza el topamiento, se coloca un muñeco del tamaño de una persona y se lo quema, y mientras se consume entre las llamas se le hace burlas, se le echan todas las penas para que ardan con él. Y es así, que quien haya estado allí, se ha de sentir liberado, podrá pedir a la chaya por un buen comienzo de año, por una buena próxima cosecha. El fuego se apodera del centro, el antihéroe arde, y chayeras y chayeros danzan y corean canciones a su alrededor hasta que la noche gana sobre el lugar.
Con la quema se da por concluida oficialmente la fiesta, quienes han llegado hasta ahí, muchos lo han hecho solo por eso. Pero la música sigue, y gran parte de la gente sigue quedándose un rato más, se va armando el fogón peñero y los círculos se achican, se juntan y aparecen las ultimas voces y sonidos de la noche.
A mi amigo le había perdido el rastro hacía rato. Cuando miré por última vez desde la vereda, vi en medio del patio un puñado de personas pasándose un jarro, la guitarra y un abrazo.
“El Chaya”
Ante la consulta realizada a Sebastián, en referencia al nacimiento del Patio Chayero en Reconquista, de “La chaya del litoral” como muchos ya la conocen, incluso en la misma provincia de La Rioja, y sobre el fenómeno de este intercambio cultural él comentó: “La cosa fue así, el tema de la chaya fue en el 2010, nace porque allá por el 2001 hicimos una chaya con mi hermano y un vecino, el Biri Biri, frente a la casa de mis viejos, en la plaza que está en frente. Ahí hicimos la primera chaya. Le metimos con todo, se llenó, hacía años que no se hacía una en el barrio, en Chamical. Fue un montón de gente, muchos músicos, fueron amigos míos de acá (Pao, Silvi y Laura).
Para el 2010 hacía varios años que no podíamos ir: nacieron los chicos (eran chiquitos todavía), no podíamos, y ahí fue que empieza a surgir la idea de hacer la chaya acá. Comenzó siendo algo entre amigos, y si bien yo invitaba en la radio para que vayan, invitábamos, pensaba que no iban a ir, si no tiene nada que ver con lo de acá decíamos. Y bueno, que vayan los amigos dijimos, y ahí empieza a nacer esto, a producirse este diálogo intercultural. ¿Y por qué?, claro, era una chaya con chamamé, por ejemplo. Empezaban a tocar y se producía un intercambio, y uno entraba a caer en la cuenta que lo que hace lo hace desde la nostalgia o desde la idea de poder compartir esa tradición riojana en un lugar donde estás a mil kilómetros, cerca del Paraná.
Entonces te empiezan a caer un montón de fichas y te planteás sobre el valor real de esto; o sos un entrometido, que querés venir a hacer algo que nada que ver o realmente lo tomás con el valor real que tiene, porque empieza a tomar el color del litoral, es una chaya del litoral, una chaya que está dentro de un contexto, envuelta por el litoral. Entonces la gente empieza apropiarse de eso, los músicos también, y se hace ese mboyeré como dicen acá, un entrevero, y eso está bueno.
Llegan el verano, los primeros calores y ya empiezan a preguntar: cuando es, si se hace una sola vez, cómo es el festejo, la manera del carnaval de La Rioja. Comienzan a suceder las chayas acá en casa, a crecer un poco, a asustar un poco también, porque empieza a venir mucha gente, en nuestro patio y con todas las limitaciones que eso tiene… y bueno, pero estamos felices que se junten tantos y que lo vivan como lo hacen cada año, estamos chochos, es un encuentro muy fraterno.”
El diálogo intercultural
Los pueblos, aparte de las religiones, tienen sus costumbres, ya sean arraigadas a estas últimas o a los pueblos originarios. En Reconquista, casos como la fiesta de San Juan, donde los fieles caminan sobre brasas o la fiesta de San Baltazar, que se realiza cada febrero en Puerto Reconquista y que, extrañamente, si bien se trata de la veneración de un santo, no es una fiesta típicamente religiosa (se festeja durante dos o tres días, donde en el primero de ellos se pasea al santo en procesión y se lo deposita en el lugar donde continuará el festejo, que no consta más que de un baile y el compartir del momento), se podrían emparentar a la fiesta del Patio Chayero de Sebastián Molina y su familia, ya que como la procesión (el ritual), también se realizan rituales y la gente se reúne para compartir, tanto la música como el baile y los amigos.
Lo cierto es que la gente se aferra a estas fiestas, ya sean de orígenes religiosos o paganos, busca eso que le falta, que no sabe qué es, pero que entiende que le falta. Y agradece, y se abraza con quien tiene al lado y se hermana en causas comunes. La gente se aferra y dialoga, no se da cuenta, no busca mayores explicaciones más que el alivio de sentirse bien, de arrancar un año con la frente en alto y con el corazón, aunque remendado, contento.
Entre tantas definiciones esto es la cultura, el diálogo intercultural, semillas que se siembran para que haya miradas prósperas. La chaya del Litoral es uno de esos encuentros en que muchas cosas nacen y muchas cosas mueren. En estas fiestas populares se camina sobre brasas, se baila hasta el amanecer, se quema un muñeco dejando allí todas las penas. El año de un pueblo que vive en búsqueda de su identidad nunca empieza cuando empieza.
Fuente: Gentileza de Diego Planisich para vida&estilomagazine. Fotos: Emanuel Fernandez.