Desde Reconquista, el productor Juanchi Capózzolo hizo un descarnado relato de las penurias que atraviesa el campo por la falta de lluvias. Entre enero y septiembre llovió 60% por debajo del promedio histórico en el departamento General Obligado y 40% menos en 9 de Julio.
No es la primera y quizás tampoco sea la peor, sin embargo la brutal sequía que azota el norte santafesino, así como a Chaco y Formosa, produce un profundo sufrimiento a productores y pobladores en campos y comunidades rurales, al igual que a la flora y la fauna de la región. Así lo pintó en palabras Juanchi Capózzolo, ex presidente de la Asociación Rural de Basail y vecino de Reconquista, en un texto que difundió a través de WahtsApp.
En el norte provincial los registros de lluvia demuestran que la sequía es seria. En General Obligado, los datos del Centro Operativo Experimental Tacuarendí (COET) acusan un acumulado entre enero y septiembre de apenas 372 milímetros, 60% inferior (575.7mm) a los 945.7 de promedio desde 1973. “Está muy complicado; hace varios meses que no llueve, la seca comenzó casi a principio de año; en el otoño no llovió”, explicó el titular de área, Duilio Santana, quien estimó que se precisan 50/60 milímetros como para iniciar una recuperación. “Hay mortandad de animales en algunos casos y no hay reservas, porque la poca caña de azúcar que quedaba se terminó”, agregó. El principal déficit hídrico en la zona se produjo en otoño, época habitual de recarga de humedad en el suelo, que “este año fue seco, muy por debajo de los promedios históricos”. En el trimestre marzo-mayo precipitaron sólo 67.5 milímetros, casi 84% menos (350mm) que los 417.6 de promedio.
Sobre el Oeste, en el departamento 9 de Julio, los datos recabados en cercanías a Tostado muestran un acumulado entre enero y septiembre de 342 milímetros, 40% (230mm) inferior a la media de 572 en 112 años, según consta en los registros del Establecimiento “La Delia” que proveyó a Campolitoral el ingeniero en recursos hídricos de INTA Reconquista Mario Basan Nikisch. Al igual que en el Este, el problema fue el otoño. “Es desde enero hasta abril de este año donde los valores están muy por debajo del promedio histórico; en el 2016 pasó lo mismo, a excepción que en abril de ese año se llovió todo”, comentó el especialista, quien aclaró que “esta sequía no es anormal, responde a ciclos hidrológicos de la naturaleza”. En ese cuatrimestre cayeron 289 milímetros, 36% menos (166mm) que los 455 de promedio.
Los números apenas sirven como argumento técnico y están muy lejos de reflejar el drama como sí lo hacen las palabras de Capózzolo, que se transcriben a continuación:
Se pueden insertar gráficos y mostrar innumerables cifras sobre la escasez de agua en el norte santafesino y Chaco, pero difícilmente se describa esta cruda realidad. Es difícil poder explicar a la gente de la ciudad qué se siente cuando sales de tu casa, ves la tierra agrietada, los cultivos secos y que el pasto natural ya no existe; la recorrida por las aguadas se hace pesada y triste.
Aprendimos que con buena agua la hacienda aguanta, pero todo tiene su límite en el tiempo. Las aguadas naturales están agotadas y en el barro reseco enterradas osamentas de vacunos y animales silvestres.
En algún remanente de aguada los animales salvajes compiten con los vacunos por el poco líquido. Entre ellos se da esa rara convivencia que se genera entre especies en las catástrofes naturales. Los molinos sin viento no giran, a los animales no les quedan fuerzas para ir en busca del lejano y escaso pasto seco.
El trigo se quedó y con ello se evapora la posibilidad de la cosecha. Con suerte alguno fue arrollado para alimento fibroso para el ganado . La esperanza de nuevas siembras se desvanece con cada pronóstico.
Sopla el viento, se mueven lentos los molinos emitiendo el conocido gemido de una máquina perezosa de moverse, y la tierra seca se levanta dando lugar a una bruma, irritando los ojos, ya de por si enrojecidos por la desesperación de ver caer las vacas al parir para no levantarse más por falta de estado. Se terminaron las reservas, aún para el más previsor.
Los vecinos se acercan por consejos para aliviar esto, pero ni la edad ni la experiencia pueden contra la naturaleza, sólo se comparten comentarios y lamentos.
Marcha el hombre de campo al monte cerrado a abrir picadas para que los animales que siguen en pié puedan rebuscarse con los frutos que todavía pueden ofrecer algunos árboles y matorrales; o el ramoneo de algunas ramas que quedan de la limpieza, mientras los insectos lo curten a picaduras y espantan las vacas sufridas.
Cada recorrida es volver con un ternero que perdió la madre en el recado. Se tratará de salvarlo calostrándolo con clara de huevos, pero cuando la cantidad de guachos aumenta no hay suficientes vacas ni para aportar calostro ni leche.
Los caranchos y cuervos vigilan expectantes cada vaca caída, a cada ternero recién parido al que la madre no tendrá fuerzas para defender. Allí la crueldad de la naturaleza le enseñó que un rápido picoteo en el ombligo lo hará desangrar y luego la muerte. El ciclo natural llevará a que por la abundancia de comida se reproduzcan más rápido y si alguna vez esto se corta quedará una superpoblación de aves de rapiña que generará otro problema que excede esta narración.
Llega el hombre a su puesto con la cara llena de tierra y en ella marcadas las lágrimas de la frustración. No hay señal de celular, tal vez si hubiese podría putear a algún político, de esos que legislan sobre cómo manejar campos y humedales con la misma idoneidad con que legislaron sobre una emergencia agropecuaria que nunca soluciona absolutamente nada.
Por Juanchi Capózzolo
Fuente – www.ellitoral.com)