En la noche del martes 13 d abril se llevó adelante el ato inaugural del edificio propio de la Biblioteca Popular de Malabrigo. Una institución que logró el sueño del edificio propio tras 106 años de vida.
Con la presencia de los integrantes de la comisión directiva de la biblioteca, autoridades municipales, ex funcionarios, y vecinos de la ciudad,se compartió un momento muy emotivo.
El presidente de la comisión, Cesar Coronel señalo:
«Es una noche muy emotiva, créanme que no es fácil hablar. Un logro en conjunto con la numerosa comisión que hoy integramos, con tanta gente que paso por esta biblioteca, con autoridades municipales de hoy y de ayer. con el acompañamiento de los vecinos de la ciudad, llegamos a está realidad de inaugurar un edificio propio para cobijar a los queridos libros y sus lectores»
A Danisa Massin le toco la responsabilidad de leer un escrito de Luisina Balestieri dedicado a su madre,Marta Rodríguez Sager de Balestieri quién trabajo tanto por este sueño de la biblioteca. Transcribimos íntegramente esa semblanza de Marta.
«Esa mujer bajita, inquieta, de apariencia frágil pero de convicciones firmes, que desovillaba historias como si guardara una madeja de palabras en su cuerpo. Que buscaba los ojos de quien le hablara como si al mirar tuviera la secreta misión de abrirle el alma. Que entraba cada día a ese mundo hecho de papel y tinta que era la biblioteca con la devoción y gracia con la que se ingresa a un santuario. Esa mujer, tenía un sueño: el de ensanchar el alma de su pueblo.
Ese sueño, empezó como empiezan todos los sueños: con un pequeño chispazo. Un fogonazo apenas, primero en el corazón y luego en el pensamiento, como solo sucede en aquellos que atesoran fuegos y vientos de antiguas batallas.
Esa mujer sabía que cuando en algún lugar un libro ardía, se mojaba hasta la podredumbre o era lentamente devorado por los insectos, con él moría un mundo.
También sabía de qué materia están hechos los sueños. Que la sutil filigrana que los entreteje, no es otra que la misma con la que se pinta alas a un niño, es decir, amor, dedicación y tiempo.
Y así fue como sin dudarlo lápiz en mano, pies en la tierra y cabeza quien sabe en qué confines, puso manos a la obra y cuidó, arropó, alimentó a ese sueño de alma grande y como los sabios de Alejandría, consciente de la fragilidad de las palabras, se avocó a la tarea de conseguirles un refugio.
Se desveló tantas noches, dándole forma y buscando la manera de sortear vicisitudes y fantasmas. Pero como Ulises en su viaje de regreso a Itaca, ninguna encrucijada consiguió apartarla de ese camino. Porque ella tenía un lugar al que llegar y porque en ese trayecto de aventuras y desventuras, no estaba sola, sino escoltada por incontables rostros de personas entrañables con las que se cobijó en tiempos de frío.
Hoy, esa mujer que está fuera del tiempo lineal que conocemos, cuya meta no tenía nada que ver con el bronce en el que puede escribirse un nombre, llegó a su casa.
Y aquí se quedará, porque ¿saben una cosa? los muertos no están en el cementerio.
Cuando alguien muere, una nueva vida comienza. Una vida distribuida entre otros. Porque cada uno recordará pequeñeces, milímetros, brevísimos movimientos y ella, para que la recordemos entera luchó por estas paredes que abrazan y estas ventanas por las que siempre entrará el sol.
¿La ven? Está ahí, en cada rincón, con una sonrisa pícara dibujada en su cara, con un libro abierto sobre la mesa, un cigarrillo en el cenicero y un abanico en la mano. Como quien se sienta a la sombra de un árbol después de años de haberlo plantado. Y qué curioso, los libros son hijos de los árboles que fueron a su vez el primer hogar de nuestra especie.
¿La escuchan? Está diciéndonos que en algún lugar de este laberinto que es una biblioteca hay una página que fue escrita para cambiarnos la vida.»