“Querida comunidad, muchos de ustedes me han pedido que dijera una palabra para acompañar a las familias de la parroquia, por eso al inicio de la Semana Santa, quisiera compartir con ustedes algunos pensamientos que durante estos días de cuarentena, fueron resonando en mi mente y en mí corazón.

Una palabra del Señor ha venido a mí corazón constantemente estos días, es del libro del Apocalipsis: “Yo, estoy haciendo nuevas todas las cosas” (Ap. 21, 15). Verdaderamente tengo la certeza de que estas palabras del Señor se están cumpliendo de una manera evidente en estos días. El misterio de la Pascua que Jesús ha realizado de una vez y para siempre, en cada época histórica se va desplegando y manifestando de una manera nueva y renovada.

Muchos están expresando, que habrá un antes y un después de esta Pandemia, en la humanidad; que este es un momento bisagra, un momento de verdadera transformación del mundo y de la sociedad. Un mundo distinto a como pensamos, sentimos y percibimos la realidad hasta ahora. Todos tenemos la percepción y la certeza, de que todo ha cambiado y al mismo tiempo de que todo tiene que cambiar.

Personalmente creo que esto es así, que el mundo, y la humanidad deben dar un giro completo en su rumbo y en su horizonte. Pero también creo que para que esto se dé, debemos no solo saberlo con la razón y sentirlo, sino creerlo con convicción.

Debemos abrazar este momento de dolor, para que se pueda transformar lo oscuro en luminoso, el sufrimiento en alegría y esperanza y sobre todo empeñar toda la fuerza del corazón y de la voluntad en las acciones concretas que posibiliten este cambio y transformación.

Una letra escrita por un cantor popular nos puede ayudar a poner las cosas en perspectiva, de aquellas cosas que debemos definitivamente tomar conciencia: “Tú no puedes comprar al viento, tú no puedes comprar el sol, tú no puedes comprar la lluvia,(…) no puedes comprar el calor, no puedes comprar los colores, no puedes comprar la alegría, ni mis dolores…” (Latinoamérica, Calle 13).

Estos días nos hemos dado cuenta de aquello que expreso con tanta claridad nuestro querido Papa Francisco: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad, (…) nuestras falsas y superfluas seguridades, con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades. (…) hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo (…) hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo” (Bendición Urbi et Orbi, marzo 2020).

Queridos hermanos y hermanas, NOSOTROS HEMOS ENFERMADO AL MUNDO, NOSOTROS HACE MUCHO TIEMPO QUE ESTAMOS ENFERMOS. Enfermos de codicia, de indiferencia, de egoísmo, de palabras y gestos vacíos. Nuestra ceguera nos hizo creer que éramos omnipotentes y que nuestras acciones no tenían ninguna consecuencia.

Estos días hemos experimentado a tal punto nuestra vulnerabilidad y fragilidad, que el mundo que hemos construido se ha tenido que detener forzadamente; hemos caído en la cuenta de que nosotros ciertamente somos el mundo, pero no solos, la creación entera, solidaria con nosotros está atada a nuestra suerte, ella sufre y ella sanará también con nosotros.

Como dice otra canción, compuesta con ocasión de otra tragedia humana: “NOSOTROS SOMOS EL MUNDO: Se viene un tiempo en el que debemos considerar esta llamada (…). EN EL MUNDO HAY GENTE MURIENDO Y ES TIEMPO DE TENDER UNA MANO A LA VIDA, el más grande regalo de todos. No podemos seguir simulando día a día (…). TODOS SOMOS PARTE DE LA GRAN FAMILIA DE DIOS  Y (…) TÚ SABES, AMOR ES TODO LO QUE NECESITAMOS. Nosotros somos los que hacemos un día más brillante (…) Empecemos a dar” (canción, We are the world).

Como humanidad somos capaces de lo mejor y de lo peor, pero en estos momentos de zozobra, tenemos la certeza de que: NO ESTAMOS SOLOS, NUNCA LO ESTUVIMOS. ÉL ESTA CON NOSOTROS Y SIEMPRE LO ESTUVO.

El Señor,  aquella vez, al comienzo de la historia, cuando todo estaba perdido, sorprendió a la humanidad haciéndose humano, uno como nosotros. Él asumiendo nuestras miserias, nuestras heridas purulentas, sin titubear subió a la cruz, nos tomó en sus brazos y cargo por nosotros el peso de nuestros pecados y laceraciones, como nos recuerda Isaías: “Él cargaba con nuestros dolores, (…). Él fue traspasado por nuestras rebeldías, triturado por nuestras iniquidades. Pero por sus heridas fuimos sanados” (Is. 52, 4-5).

Los cristianos llamados por el Señor a asumir la realidad y transformarla, debemos ser los primeros en cambiar. Debemos cambiar de verdad, esta es una oportunidad y no debemos malograrla. De mucho tenemos que despojarnos, a mucho tenemos que renunciar, de mucho tenemos que convertirnos, ya que es nuestra vocación y misión transformar el mundo, hacer de él un lugar mejor, donde todos quepan.

En la noche de esta historia que transitamos, estamos invitados a abrazar la cruz, abrazarla con todas nuestras fuerzas, estamos invitados a no huir de ella, porque en ella está la fuerza transformadora de la humanidad; abrazarla es sangrar, es derramar, es entregarse, es convertirnos en ofrenda y donación.

EN LA NOCHE SOLO LA CARIDAD BRILLARÁ. En la noche del dolor sólo el amor prevalecerá, porque en el amor hemos sido salvados. En la noche el que enciende una luz, por más pequeña que sea ilumina el mundo. En la noche quien se detiene ante el grito de un agonizante y venda sus heridas, está curando al mundo. En la noche quien tiende su mano al que esta solo o caído, está salvando al mundo.

La PASCUA nos invita a mirar este momento presente con esperanza, como la gran oportunidad, de aceptar la Gracia que Dios nos está ofreciendo, ya que no hay ninguna duda de que, “ÉL ESTÁ HACIENDO NUEVAS TODAS LAS COSAS”.

Querida comunidad, queridas familias, como el Señor, decididamente, emprendamos el camino hacia la Pascua, entremos en la comunión que hoy él nos ofrece, aunque sea duro este sendero. Vayamos todos juntos, aunque tambaleantes, hacia él y hacia la humanidad herida de amor.

Como su pastor y cura, juntos con los demás sacerdotes de la comunidad, ofrecemos nuestro compromiso de caminar juntos, vendar las heridas del alma, recoger los pedazos, reconstruir lo destrozado, en definitiva ofrecer nuestro ser sacerdotal, ser mediadores para que el Señor renueve definitivamente la humanidad».

BUEN PASO DE LA MUERTE A LA VIDA, BUENA PASCUA PARA TODOS.

QUE EL SEÑOR HAGA RESPLANDECER EN EL MUNDO LA LUZ DE SU RESURRECCION.

Pbro. Jorge Luís Duarte Paz, Párroco

Pbro. Aldo Martini

Pbro.  Rogelio Bosch

 

 

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